Una pieza clave, con la que di por terminada esa expresión que traduce la forma del azar de una mancha, es Altamira, Perfil de la Crucifixión.
En este trabajo me permito conversar con el azar y con el recuerdo de una de las imágenes más poderosas fijadas desde niño en mi memoria. Me refiero al tríptico del Jardín de las Delicias de Hierónymus Bosch.
La historia de mi relación con esta obra maestra se remonta al año 1965 o 66, cuando era un niño que se escapa los sábados por la tarde de la escuela parroquial para ir al Museo del Prado que era gratuito.
Todas mis visitas empezaban o terminaban en el tríptico que aún hoy me sigue fascinando por esa inagotable capacidad de contenido que le caracteriza.
En una de estas escapadas me dirigí al ordenanza que custodiaba la sala de los Primitivos Flamencos y le pedí que me cerrara el tríptico del Jardín de las Delicias. Lógicamente me dijo que eso no podía ser.
Yo me quedé como siempre extasiado ante ese mundo que contemplamos una y otra vez y en el que siempre descubrimos algo nuevo.
En algún momento el ordenanza me pidió que le acompañara. Subimos en ascensor a la primera planta donde estaban antiguamente las oficinas y delante del despacho del director me dijo – Pasa, quiere verte -. D. Francisco Javier Sánchez Cantón director del Museo Nacional del Prado en aquellos años, un
hombre excepcional que fue el encargado del traslado de la colección durante la Guerra Civil, me dio las buenas tardes, me habló de lo que había oculto tras los paneles y le dijo al ordenanza que me cerrara el Jardín de las Delicias y todos los demás trípticos y cuadros que se podían cerrar en la sala de los Primitivos Flamencos.
Esta anécdota, para mí inolvidable, ilustra elocuentemente la influencia de El Bosco en mi pensamiento, en torno a la fijeza y especialmente en mi pieza Altamira, Perfil de la Crucifixión.
La obra comienza siendo una action painting realizada con grandes escurridos de pintura al óleo que se deslizan líquidamente desde la parte superior del cuadro puesto en vertical sobre el caballete.
Poco a poco, dejándome llevar por la azarosa mancha o salpicadura, traduzco las formas que voy descubriendo, fijándolas.
En la mente, la tabla central del Jardín de las Delicias, funciona como un mapa que me muestra una ruta de orden, en medio del caos que yo provoco con la action painting.
Así hasta que descubro lo que estoy pintando y sin dejar de lado ese azar, voy perfilando la obra con el recuerdo del tríptico del Bosco.
Mi cuadro tiene mucho de expresionista por el tratamiento, y la conexión con el tríptico le confiere apariencia surrealista, pero creo estar más cerca de Odilón Redón que de cualquiera de los pintores surrealistas del siglo XX.
Algo que, desde mi punto de vista como autor, supuso un paso definitivo en mi trabajo, fue esa voluntad coral al fijar el movimiento del óleo deslizándose por la tela, que me obligaba a un permanente juego de disolverme para seguir en todo momento el fluir de las manchas y trabajar el cuadro circularmente.
Lo que fue aconteciendo es un mundo que sucumbe por su propia inercia, incapaz de detenerse.
Esta percepción me ha llevado a crear una nueva obra en vídeo mostrando una aproximación al modo en el que fui descubriendo el cuadro.