Ángel de Luz
Serie Bagatelas.
Óleo sobre tela, 33 x 24 cm.
1998 Los Alcázares.
Galería Gilles Naudin, Paris.
Joven Don Quijote.
Óleo sobre tela, 33 x 24 cm.
1998 Los Alcázares.
Imagen para el cartel del festival de teatro español Don Quijote 1998 París.
Cópia archivada en el Museo de Artes Decorativas, Louvre Paris.
Concepción Republicana
Óleo sobre tela, 33 x 24 cm.
1998 Madrid.
Colección Jotta, Marbella.
Paisaje al atardecer
Óleo sobre tela, 33 x 24 cm.
1998 Madrid.
El espíritu al atardecer.
Óleo sobre tela, 33 x 24 cm.
1998 Los Alcáceres.

La serie Bagatelas es una colección de pequeños cuadros que responden
al encargo que me hizo Gilles Naudin de pintar una exposición para su galería
de París, siguiendo la estela del Políptico del Azar Rojo, que expuse en el
aeropuerto Orly Ouest un año antes.
Intenté adaptarme, pero me fue imposible repetir de forma convincente un
procedimiento por el que habían pasado ya más de diez años.
Por otro lado, siempre ha sido notoria mi dificultad de seguir el encargo, aun
tratándose como fue el caso de uno basado en mi propia obra; para mí la
creación exige total libertad, o someterse únicamente a las exigencias que
ella impone, lo que a veces es una esclavitud, también, lo cual me corrobora
la certeza de que la libertad es una utopía horizontal que se alcanza nunca.
Por mi proceso personal habían pasado experiencias que dejaron una
impronta sólida en el uso del color; estas fueron los polípticos del Cuerpo
Lúdico, el Quejío, La Liberté y la obra flamenca.
Tras estos trabajos, volver a la monocromía era una renuncia cromática absurda
que inmediatamente colapsó ya que no podía creerme a mí mismo.
La primera pieza, manchada en rojo al azar, pidió rápidamente la intervención de toda la paleta, de modo que para poder gobernar la explosión cromática y
mantener el fulgor de la creación a buen ritmo sin caer en el caos, organicé mi trabajo en tres tiempos. En una primera sesión trabajaba dos tres cuadros a la vez provocando el azar con una mini action painting mediante una monocromía roja, verde o amarilla.
Dejaba que se asentara la mancha uno o dos días y dialogaba con ella hasta ver
el cuadro. Si no lograba ver nada, lavaba la superficie con abundante aguarrás,
ventilaba la estancia, y me iba a pasear por la playa o a escribir poemas al club náutico de Los Alcázares, lugar en el que podía acceder al mar pese a mi discapacidad. Esta demora dejaba las piezas en condiciones de recibir nuevamente el pincel, ya sí con empastes de color, manteniéndose la frescura deseada sobre una superficie que absorvia adecuadamente el nuevo arrebato expresivo sin ensuciarse ni embarrarse.
Un orden de ejecución que me proporcionaba un gran placer, el de la gula
cromática.
Al cabo de una semana, había puesto en marcha una rueda donde mientras
acababa unos, empezaba otros y a la par escribía, reflexionaba y vivía.
Es por eso, que descubro en esta obra abundantes guiños simbólicos y
autobiográficos, así como una contrastada libertad cromática.
9 – 2 – 2021