Es la inserción en el cante de un ¡Ay! aflictivo y prolongado o de varios ayes sucesivos que, con independencia de la copla, se insertan en ella al principio, en medio o al final.
Políptico del Quejío.
Camarón.
De Flamencos
.
La obra más significativa de aquéllos años marcados por el 5° Centenario fue El
Quejío, un trabajo en el que volvían a unirse dos de mis más enraizadas
inquietudes, el retrato y el políptico, a las que se unió el descubrimiento del
flamenco imponiéndose hasta convertirse en el tema central de alguno de mis
cuadros más allá del año 2000.
El cante, aparte de una música insuperable, es un laboratorio del gesto capaz de
mostrar con una claridad portentosa la forma de los sentires humanos.
Analizar el cante flamenco desde la creación plástica, fue una buena razón para
seguir la ruta de la pintura y dejarse llevar por el expresionismo, en un tema que
necesitaba de éste para captar la fuerza del quejío, trazando el retrato en pleno
movimiento para alcanzar lo que ahora ha venido a llamarse la realidad
aumentada, que para mí no es otra cosa que el movimiento de la fijeza en una
simbiosis con la expresión del cante.
No era un proyecto para hacer un homenaje al flamenco, ni por supuesto para
emparentar con el folclore nacional; mis motivaciones seguían la misma inquietud que da sentido a toda mi obra, la captación del movimiento expresado en la fijeza de una imagen cuando es contemplada.
Esa fue la búsqueda de esta obra que imponía una ley elemental, trabajar el
movimiento desde el movimiento, renunciando a partir de instantáneas
fotográficas que congelaban la naturaleza del instante.
Mi método de trabajo consistió en dos actividades complementarias, una
presencial y otra de análisis.
Por un lado me convertí en público asiduo de los conciertos flamencos, que se
pusieron muy de moda en el Madrid de aquellos años; no para dibujar apuntes de los cantaores ya que, ejerciendo esa disciplina en directo me perdía disfrutar del cante al tener que estar concentrado en mi dibujo, así como la observación del gesto del cantaor, que pronunciaba su quejío en un contexto y un clima irrepetibles.
Así es que para estar libre y tener el recuerdo fiel de las emociones expresadas en los conciertos, recurrí al vídeo que por aquella época aunque aún no se había
desarrollado el medio digital, sí se lograba una calidad aceptable con el formato
HI8.
La ventaja del vídeo es obvia; la imagen, al estar en movimiento, puede
estudiarse cuantas veces sea necesario, con la certeza de saber incorporar mi
emoción, la sentida en el momento en el que el cante brotó y se transmitió a mi
sensibilidad.
Finalmente sería el cuadro, con un lenguaje abstracto que hablaba desde la
forma, el color y el gesto, quien debería desgarrar un quejío y cantar.