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Autorretrato en Pelotas

De la serie de cuadros aumentados del Políptico del Cuerpo lúdico es este
autorretrato partiendo de un apunte que me hizo Mariana en un descanso de
las poses que ella me posaba. Incluyo un fragmento de relato del cuento El
Pintor y la Modelo de mis Cuentos por Amor al Arte.
Tumbarte ante los ojos escrutadores de la pintora te produjo una extraña
sensación; jamás habías posado desnudo. Sentiste cierto pudor y a la vez
una excitación incontrolable; lo que tú deseabas provocar en la modelo cada
vez que la pintabas, era exactamente lo que, en ese momento, hormigueaba
por todo tu cuerpo. ¡Qué cúmulo de sensaciones extraordinariamente
curiosas no se arremolinaría en tu pensamiento desatándote una tonta
hilaridad! Pero la que estaba enfrente de ti no jugaba, al menos no a otro
juego distinto al de analizar objetivamente tu forma; ya sabías a esas alturas
muchas cosas de su relevante calidad en el dibujo, y ella se proponía
exactamente lo mismo que un rato antes te habías propuesto tú: captar la
desnudez, la voluptuosidad. Con sorna te increpaba al más mínimo
movimiento si acaso modificabas la pose en un descuido. “¡Ché, estate
quietecito pibe!”. Por más que deseabas permanecer con naturalidad y
relajo, la excitación se te disparaba y te notabas erecto; y, cuando te movías,
ella volvía a reprenderte, entonces te sentías ciertamente humillado: “¡Vaya!”
Que diferente era estar en la otra orilla de ese caudaloso flujo de emociones
que brotan entre pintores y modelos.
Para colmo, dibujaba totalmente desnuda, y se entregaba al trabajo con una
concentración tan rigurosa, que dejaba sus flancos más púdicos
abandonados a la naturalidad, lo cual inspiraba en ti un deseo imperioso,
entre “otras cosas”, de captar otro dibujo.
“¡La concha de tu madre; que no te relajés, que no me “dejás” trabajar!”
−repetía otra vez, ahora visiblemente enojada− “¡Que modelo más malo sos!”
El punto álgido de la sesión llegó en el tercer dibujo, cuando me dijo: “¡Pibe,
“haséte” algo que “aflojás”!”. Era demasiado, pero en absoluto distinto a lo
que yo le pedía a ella; así es que tuve que emplearme a fondo y, a partir de
ahí, fui pasando dócilmente por todos sus requerimientos, hasta aburrirme
completamente de estar desnudo ante mi colega y amante. Cuando
acabasteis la sesión, ella tenía una magnífica colección de dibujos que
despertó mi envidia, señal inequívoca de la calidad que habían alcanzado.
−Me gustaría que me prestaras uno de tus dibujos para incluirme en la obra
erótica; ¿lo harás? – .
“¿Si vos querés?” –dijo ella exhalando el humo de un cigarrillo rubio…−